Bien los primeros tiempos de nuestro duelo ya pasaron, esos que nos llevaba a gritar, llorar y enojarnos, con la vida, con nosotros mismos y con Dios. Ahora llega el momento de acallar nuestras voces y meditar en silencio, ese silencio en el que Dios habla a los hombres, ese silencio que nos aleja del mundo, ese silencio que experimento Jesús en el desierto.